lunes, 30 de junio de 2008

El misterio de Tunguska


El choque de un cometa o asteroide arrasó 2.200 kilómetros cuadrados de Siberia Central el 30 de junio de 1908 y todavía intriga a los científicos.


San Petersburgo escapó de la destrucción hace cien años por cuatro horas y 3.790 kilómetros», asegura Agustín Sánchez Lavega, director del grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco. A las 7.17 horas del 30 de junio de 1908, una gran explosión arrasó 2.200 kilómetros cuadrados de bosque en una zona prácticamente deshabitada de Siberia Central, cerca del río Tunguska y a unos 900 kilómetros al norte de Irkutsk. La energía liberada equivalió como poco a entre 3 y 5 megatones, de 231 a 385 bombas como la de Hiroshima.

Segundos antes, a cientos de kilómetros, algunas personas habían presenciado la llegada de una bola de fuego desde el sureste. «Vi un objeto llameante alargado volando a través del cielo. La parte frontal era mucho más ancha que la cola y su color era como de fuego a la luz del día. Su tamaño era varias veces mayor que el del Sol, pero su brillo mucho más débil, de modo que se podía mirar sin cubrirse los ojos. Detrás de las llamas había una estela como de polvo. Iba envuelta en pequeñas humaredas dispersas y las llamas iban dejando detrás otras llamitas azules. Cuando desapareció la llama se oyeron estallidos más fuertes que el disparo de una escopeta, podía sentirse temblar el suelo, y saltaron los vidrios de las ventanas de la cabaña», recordaba un testigo veinte años después. «El viento era tan fuerte que arrancaba la tierra del suelo», rememoraba otro.

La explosión fue detectada por estaciones sísmicas de Europa y Asia: se calcula que el terremoto alcanzó los 5 grados en la escala de Richter. Durante los siguientes días, la gente pudo leer el periódico en plena calle en Londres a medianoche, gracias al polvo en suspensión, que redujo la transparencia de la atmósfera durante meses, según el Observatorio Smithsoniano de Astrofísica y el de Monte Wilson. No hay constancia de víctimas humanas; pero si el objeto de Tunguska hubiera chocado contra la Tierra cuatro horas más tarde, su blanco habría sido San Petersburgo, la segunda ciudad de Rusia.

La búsqueda del cráter

Lo aislado del lugar y unos tiempos turbulentos, marcados por la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre, hicieron que la primera expedición científica no llegara a la región hasta 1927. La dirigió el geólogo Leonid Kulik y la financió la Academia de Ciencias de la recién nacida Unión Soviética. Kulik esperaba descubrir restos del meteorito y el inmenso cráter abierto por éste al chocar contra la Tierra. No fue así. En vez de un agujero, se encontró una zona de 50 kilómetros de diámetro de árboles abrasados y derribados radialmente, cuyas raíces apuntan en la misma dirección, hacia el lugar de la explosión.

El geólogo buscó durante más de una década un cráter que nunca apareció -ni siquiera en una serie de fotografías aéreas tomadas en 1938- y que los científicos persiguen todavía hoy en día. Un grupo de investigadores del Instituto de Ciencia Marina italiano anunció hace un año en la revista de geología 'Terra Nova' que el lago Cheko -distante 8 kilómetros del epicentro de la explosión- llena el cráter abierto por el objeto de 1908; pero existen fuertes discrepancias dentro de la comunidad científica. La existencia o no de un cráter es clave para resolver el enigma de Tunguska: si lo que tumbó 80 millones de árboles en Siberia Central hace cien años fue un fragmento de un cometa, y no un asteroide, la explosión pudo haberse registrado en el aire y no habría, por tanto, cráter alguno. También hay otras teorías más exóticas.

Un escritor soviético de ciencia ficción, Alexander Kazantsev, publicó en 1946 un cuento en el cual se achacaba el incidente a la explosión del reactor nuclear de una nave marciana. La idea fue retomada años después por autores pseudocientíficos como Jacques Bergier y Erich von Däniken, quienes la presentaron en Occidente como formulada por un prestigioso científico del otro lado del Telón de Acero, no por un autor de ciencia ficción. El físico estadounidense Vladimir Rojansky propuso en 1940 que el objeto de Tunguska pudo ser un trozo de antimateria y, en 1973, los también físicos Albert Jackson y Michael Ryan argumentaron que pudo tratarse de un pequeño agujero negro que atravesó la Tierra. La teoría de la antimateria no casa con los restos encontrados y, respecto a la del agujero negro, no hay constancia de un suceso equiparable en las antípodas de Tunguska, por donde tendría que haber salido.

Amenaza real

Fuera causada por un asteroide o un cometa -el debate científico continúa cien años después-, los efectos de la explosión de Tunguska demuestran que el peligro está ahí fuera. En su novela 'Cita con Rama' (1973), el recientemente fallecido Arthur C. Clarke plantea los devastadores efectos de un incidente similar en el norte de Italia, donde mata a cientos de miles de personas. «Tunguska es el arquetipo de lo que puede ser un impacto catastrófico a escala local», apunta Sánchez Lavega.

Simulaciones hechas por ordenador recientemente en los Laboratorios Nacionales Sandia, en EE UU, han apuntado a que la roca que destruyó una superficie de bosque siberiano equivalente a Guipúzcoa pudo medir sólo 20 metros de diámetro, frente a los más de 30 que se calculaban antes. Y esto no es bueno: se calcula que un destructor total, un objeto como el que mató a los dinosaurios, choca contra la Tierra una vez cada 100 millones de años; uno de 50 metros lo hace una vez cada 1.500 años; y uno de sólo 20 metros lo hace una vez cada 500 años. La reducción de tamaño del objeto de Tunguska aumenta las probabilidades de próximos impactos catastróficos a escala regional como el augurado por Clarke.

Las grandes amenazas, los 'monstruos' de más de un kilómetro de diámetro están más o menos controlados. «Hoy en día es bastante improbable que llegue uno sin ser detectado», asegura Josep Maria Trigo-Rodríguez, del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), quien destaca la importancia de los programas de búsqueda y seguimiento de Asteroides Cercanos a la Tierra (NEO) -se llaman así los que cruzan la órbita de nuestro planeta- puestos en marcha en los años 90. En la actualidad, hay 742 objetos de más de un kilómetro bajo vigilancia, lo que viene a suponer un 79% del total estimado.

El problema son los más pequeños, los del tamaño del que provocó el suceso de Tunguska, que pueden matar a decenas de millones de personas si caen en una región densamente poblada. De hecho, aunque parezca mentira, la probabilidad de morir en una explosión como la de hace cien años, una entre 6 millones, es mayor que las de hacerlo a causa de un ataque de tiburón, que es una entre 8 millones.

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