viernes, 26 de octubre de 2007

Cometa oscuro que brilla repentinamente

Space.com
Traducido por Ciencia Kanija
25/10/07

Un pequeño y tenue cometa ha sorprendido a los observadores de todo el mundo esta noche convirtiéndose en lo bastante brillante para verlo a simple vista.

El cometa Holmes, que se descubrió en noviembre de 1892 por Edwin Holmes, en Londres, Inglaterra, no era más brillante de una magnitud 17 a mediados de octubre — esto significa unas 25 000 veces más tenue que la estrella más débil que podemos ver normalmente sin ayuda de instrumentos ópticos. Para ver un objeto tan débil, se necesitaría un telescopio medianamente grande.


Pero el brillo del cometa se ha disparado repentinamente hasta llegar a una magnitud 3, ¡brillando casi 400 000 veces más en menos de 24 horas! En la escala astronómica, número más pequeños indican objetos más brillantes. Desde localizaciones urbanas, un objeto de magnitud 3 podría estar oculto por la contaminación lumínica, pero bajo los cielos rurales sería claramente visible.

Sin cola

El cometa Holmes no es tan espectacular como otros, ya que carece de la cola característica que hacen tan magníficos a algunos de estos trotamundos helados. En lugar de esto, parece un objeto similar a una estrella borrosa, aunque distinto, pero sin cola apreciable.

El resplandor de la luna puede hacerlo difícil de encontrar. Pero con un mapa y un pequeño telescopio, cualquier astrónomo aficionado con algo de experiencia debería ser capaz de verlo.

El cometa está actualmente situado entre las estrellas de la constelación de Perseus, la cual puede encontrarse a medio camino de la parte noreste del cielo cuando cae la oscuridad. Perseus está casi directamente sobre tu cabeza alrededor de las 2 a.m. de la hora local y se mantiene bien al noroeste cuando llega el amanecer.

Por qué el cometa Holmes ha sufrido un estallido como este es algo que aún no se sabe. Lo que es sorprendente es que hizo su máxima aproximación al Sol el pasado mayo, pero no pasó más cerca de 307 millones de kilómetros. El cometa ahora se está alejando del Sol y actualmente está bastante lejos de la Tierra a una distancia de unos 243 millones de kilómetros. No es la fórmula típica para la exhibición de un cometa.

Del espacio profundo

Este cometa es parte de la “familia” de cometas de Júpiter — un grupo cuyo punto más alejado de sus órbitas (afelio) se encuentra alrededor de Júpiter y necesitan 6,99 años para realizar una órbita alrededor del Sol.

Entonces, ¿Por qué un cometa alejado en el frío espacio de pronto aumenta su brillo cientos de miles de veces? ¿Cuál es la fuente de tal energía? ¿Proviene del cometa o de fuera?

Desgraciadamente, el cometa permanece como un misterio.

El cometa Holmes no es el único en exhibir tales efectos anómalos. En el pasado, otros cometas han sufrido estallidos inesperados de brillo. Y este probablemente no sea el primero para el cometa Holmes: cuando se descubrió en 1892, probablemente fue en el modo de estallido, dado que su brillo era de cuarta magnitud y era claramente visible al ojo desnudo.

“Parece que está pasando por un estallido que es notablemente similar al famoso evento de 1892″, dijo el experto en cometas John Bortle.

El miércoles por la tarde, dijo Bortle que un informe procedente de Japón sugería que el cometa aún estaba brillando.

”Estrella amarillenta”

Los observadores informan que el cometa aparece como una estrella, dijo Bortle, apuntando que el observador Bob King, de Minnesota, dijo que se veía como “una estrella amarillenta”.

Debido a sus acercamientos ocasionales a Júpiter, la órbita del cometa Holmes se ha alterado unas pocas veces. De hecho el cometa se consideró “perdido” durante casi 60 años hasta que se recuperó de nuevo con un gran telescopio en un observatorio en 1964.

Lo que hará el objeto en los próximos días y semanas aún se desconoce. La luz brillante de la Luna creciente dificultará la observación durante el resto de la semana, pero si tienes unos binoculares o un pequeño telescopio, puedes intentar ver lo que es ciertamente uno de los objetos más enigmáticos del Sistema Solar.

martes, 23 de octubre de 2007

Guerra contra Irán: Operación «enjambre de fuego»

General Fabio Mini, L’Espresso - Red Voltaire (18-10-2007)

La guerra contra Irán es un absurdo, pero a fuerza de acusar a Teherán de estar fabricando la bomba y de prepararse para una operación preventiva, el sistema acabará por concretarla, estima el general Fabio Mini. Según los planes actuales, esta guerra no tendrá comparación con los anteriores conflictos sino que será la oportunidad de experimentar con la teoría del ataque en enjambre, actualizada por los estrategas de la Rand Corporation.

Se equivocaban los que creían que la aprobación para el ataque israelí-estadounidense contra Irán vendría de Estados Unidos. Se equivocaron también los que pensaban que un presidente Bush frustrado por el caos que reina en Irak, por la situación en Afganistán y presionado por el complejo militar e industrial acabaría tomando sólo la decisión final. El ataque contra Irán tendrá lugar, en definitiva, gracias a las declaraciones del nuevo ministro francés de Relaciones Exteriores.

En todos estos años de amenazas y contra-amenazas, de excusas y pretextos para desencadenar la guerra, las únicas palabras realmente «reveladoras» hasta ahora formuladas son las que contenía la lacónica frase en francés: «tenemos que prepararnos para lo peor». Muchos la interpretaron como un desliz; otros la vieron como una provocación, como una fanfarronería; también hubo quienes la consideraron como una incitación; y otros, como una muestra de resignación ante un acontecimiento inevitable. La frase en cuestión contiene quizás un poco de cada cosa, pero el sentido fundamental de esa declaración de Bernard Kouchner es totalmente diferente.

En estos últimos 15 años de intervenciones militares de diferente índole que han tenido lugar a través del mundo, han aparecido extrañas conexiones y afinidades. Los ejércitos se han reforzado con los empresarios privados, los idealistas han conseguido el apoyo de los mercenarios, los negocios el de la ideología, y la verdad se ha mezclado con mentiras que ni la lógica propia de la propaganda logra ya justificar. Y una de las conexiones más insólitas es la que se ha establecido entre militares, grupos humanitarios y política exterior, de manera tal que cada uno de los tres componentes se apoya en los otros dos.

El vínculo principal de esta alianza es la importancia que se le ha dado a la urgencia. La política exterior ha perdido su carácter de continuidad de las relaciones entre los Estados, en el seno de las organizaciones internacionales. La nueva tónica consiste, desde hace tiempo, en dedicarse al manejo de relaciones coyunturales, de relaciones temporales ligadas a intereses o posiciones transitorias, que pueden cambiar, de geometría variable.

Por otro lado, esta forma de política de la urgencia es la única que permite establecer compromisos limitados y selectivos. Además, teniendo en cuenta que la importancia real de la urgencia puede ser manipulada o ser objeto de interpretaciones, esta política puede construirse y descontruirse una y otra vez.

Siguiendo esa misma lógica, los ejércitos, durante los últimos 15 años, se han dedicado exclusivamente a cubrir emergencias, preferiblemente en el extranjero y por razones supuestamente humanitarias, como forma de garantizar consenso y apoyo. Ya no hay ejército capaz de defender su propio territorio o de garantizar su defensa en caso de guerra. Encontrar un Estado amenazado de guerra por otro Estado resulta cada vez más difícil y todos los ejércitos del mundo cuentan hoy con un aviso previo de por lo menos 12 meses para movilizar los recursos necesarios para la defensa nacional. Por esa razón, los ejércitos se han especializado en la urgencia, ya sea desde el punto de vista modal, desde el punto de temporal y desde el punto de vista del ritmo de sus intervenciones.

Cuando Bernard Kouchner dice cándidamente que tenemos que «prepararnos para lo peor», no hace más que interpretar una filosofía cuyo objetivo no es la búsqueda de lo mejor, de la solución menos traumática, sino por el contrario de aquella que invoca el manejo de la urgencia mediante la política, mediante el instrumento militar y mediante organizaciones humanitarias actualmente amarradas con cordel reforzado. Es también la confesión de la incapacidad de esa misma política para reflexionar y encontrar soluciones duraderas, de la incapacidad de los instrumentos militares en cuanto al manejo de situaciones de conflicto hasta lograr una completa estabilización, es también la confesión de la incapacidad de las organizaciones humanitarias en cuanto a la solución de los problemas de la gente con perspectivas temporales más amplias que las implica la urgencia. Bernard Kouchner reconoce, en definitiva, que la suma de incapacidades conduce irremisiblemente a la guerra. Siendo incapaces de hacer otra cosa, ¡hagamos a la guerra!

Resulta evidente que, en esas condiciones, se hacen necesarios algunos empujones para garantizar que se concrete la urgencia e intervenciones de diversos factores: tiene que suceder algo –lo que los analistas llaman «el catalizador» [trigger, ang.]– que determina la urgencia política, es necesario que la seguridad colectiva se encuentre ante un peligro inmediato, y hay que prever una catástrofe humanitaria (lo más grande posible). Hay que crear, en definitiva, un aparato de gestión capaz de «inventar» la situación de urgencia y de inventar una salida que justifique el abandono de la búsqueda de una solución para los problemas. El ataque contra Irán entra perfectamente en ese marco, y, si se analiza bien, se trata de un marco ya casi establecido. Se dispone entonces de múltiples pretextos para el ataque.

La idea de que Irán quiere desarrollar una bomba nuclear y que quiere destruir Israel se ha difundido ampliamente a través del mundo. Más allá de las bravatas, faltan aún los elementos que permitan probar que eso sea cierto. Pero ha habido, en el pasado, testimonios de bravatas terroristas que se han concretado y nadie quiere asumir riesgo alguno, ni siquiera por amor a la verdad.

La idea de un ataque iraní, o de un ataque con apoyo de Irán, contra las fuerzas estadounidenses estacionadas en Irak, aún cuando no existe prueba alguna, está convenciendo a los más escépticos. Tarde o temprano, a fuerza de hablar de ello, el asunto se verá como una invitación o como un desafío, y el ataque tendrá realmente lugar. La política iraní de apoyo al movimiento palestino Hamas y al libanés Hezbollah convierte a Teherán en un blanco extremadamente vulnerable. Un momento en que se pierda la sangre fría, o un simple error por parte de dichas organizaciones, bastaría para desencadenar [contra Irán] una intervención militar inmediata.

La política exterior de las principales potencias, incluyendo a Europa, se ha acostumbrado ahora a la idea de que una intervención militar obligaría a Irán a retroceder a sus posiciones de hace unos veinte años.

Se entroniza, por otro lado, la idea según la cual el objetivo no es tanto, ni solamente, impedir el surgimiento de una potencia militar sino también eliminar a ese país como actor regional con intereses petroleros y estratégicos en todo el centro y el sur de Asia.

En el plano militar, todo está listo ya, y desde hace mucho tiempo. Los planes de ataque están adoptados desde 1979, que fue la época de la crisis de la embajada de Estados Unidos en Irán, y han sido actualizados en función de las nuevas tecnologías y estructuras. La tesis de que se trataría de un ataque dirigido esencialmente contra las instalaciones nucleares de Irán y que no provocaría daños colaterales entre la población civil no es más que una mentira piadosa de los que se han acostumbrado a ignorar la verdad. Incluso la idea de que este ataque estaría limitado al territorio iraní resulta, como mínimo, sospechosa ya que el objetivo de la obstinación y la ostentación de los ayatolas, por un lado, y del bando israelí e estadounidense, por el otro, tiene que ver con intereses y ambiciones que van mucho más allá del Golfo Pérsico.

Cualquier ataque, cualesquiera que sean sus características, provocará enormes daños, tanto de orden militar como civil, en la medida en que existe la posibilidad de que se produzca una emergencia nuclear causada por algún tipo de escape radioactivo. Un ataque, de cualquier tipo que sea, no tendrá otro objetivo que la simple destrucción de las estructuras defensivas: bases aéreas y bases de misiles, depósitos de armas, rampas móviles de lanzamiento, puertos militares, unidades marítimas de superficie, defensas antiaéreas y radares, medios terrestres móviles y blindados, centros de comunicaciones, puestos de mando y de control tendrían que ser eliminados antes o durante el ataque contra las instalaciones nucleares. Pero muchas de esas estructuras se encuentran en los principales centros de concentración de la población.

Los misiles de crucero más sofisticados, las bombas inteligentes teledirigidas hacia los objetivos por comandos israelíes y estadounidenses, infiltrados en Irán desde hace mucho, no excluyen un margen muy elevado de daños colaterales. Si en lugar de las bombas de explosivos convencionales llamadas «bunker busters» se recurre al uso de las minibombas nucleares o de fisión o de bombas de neutrones, el por ciento de daños podría aumentar aunque no en las enormes proporciones que mencionan muchos observadores.

Incluso la tesis según la cual sería posible la realización de golpes quirúrgicos –aéreos y con la utilización de misiles– no es más que un engaño. Una acción total tendiente, como debiera ser según lo anunciado, a reducir el potencial bélico iraní a la época de la edad de piedra, presupone múltiples acciones de ataque, con el uso de fuerzas múltiples, realizadas en un corto período de tiempo para quitar al adversario, como decía el coronel Boyd, toda capacidad de decisión, de respuesta y toda posibilidad de adoptar una estrategia de enfrentamiento. La acción múltiple tiene que ser también capaz de impedir la represalia directa de las fuerzas aéreas y marítimas iraníes contra las instalaciones y el transporte de petróleo en el Golfo Pérsico y el Mar de Omán.

La acción múltiple tendría que neutralizar la amenaza de los misiles [iraníes] sobre las bases militares estadounidenses en Asia central y Medio Oriente. Tendría que impedir las acciones iraníes de estrategia indirecta en Afganistán, Pakistán, Irak, Líbano, así como en Gaza y en el Cáucaso, y dondequiera que haya un chiíta que pueda crear problemas. Para colmo, Teherán controla la ribera norte del estrecho de Ormuz y el cierre de esa ruta marítima al paso de los barcos que se dedican al transporte de petróleo podría poner por las nubes el precio del barril de petróleo, hasta alcanzar precios de entre 200 y 400 dólares el barril. Lo mismo pasaría si Irán decidiese vengarse mediante operaciones de sabotaje o bombardeos contra las instalaciones petroleras de otros países de la región.

Es por ello que la estrategia militar de un ataque contra Irán no podría consistir en golpes quirúrgicos o contemplar un sólo componente. No se puede tratar, en este caso, más que de la Swarm Warfare, de la guerra del enjambre y de la horda, modalidad que John Arquilla y David Ronfeldt han desenterrado después del imbatible uso que de ella hiciera Gengis Kan [«Swarming and the Future of Conflict», por John Arquilla y David Ronfeldt, Rand Corporation 2000]. En términos modernos, esa estrategia pone en práctica la guerra en todas sus dimensiones –terrestre, naval, aérea, mediante misiles, espacial, virtual y en el plano de la información– en múltiples teatros y niveles.

Para ello es necesario que el «enjambre» de diversos componentes y de acciones que se desarrollan concentrándose en un lugar y una dimensión dadas para trasladarse enseguida a otros lugares y otras dimensiones pueda, en cualquier caso, impedir cualquier tipo de reacción. Las hordas encargadas de la destrucción física de los blancos deben integrarse y concentrarse sobre los objetivos a la par de las hordas virtuales encargadas de las acciones diplomáticas, de la guerra sicológica, al igual que las encargadas de la manipulación de la información.

Además, las acciones militares deben tener como objetivo provocar una situación de urgencia humanitaria que justifique la intervención de las organizaciones internacionales en territorio iraní. Es evidente que la responsabilidad de la catástrofe debe atribuirse a los propios iraníes. En ese aspecto, todo está listo ya, o casi listo, en particular luego de la exhortación de Bernard Kouchner. Agencias internacionales y ONGs están desesperadas por salir para Irán a quitarles los velos a las mujeres. Si se les ofrece la posibilidad de intervenir para recoger refugiados, ocuparse de los heridos, contar los muertos y organizar una elección al mes, habrá una verdadera carrera por ir a implantar la democracia en Irán.

La complejidad de ese escenario no debe llevarnos a creer que haya que movilizar fuerzas enormes. Las capacidades de bombardeo de los aviones israelíes y estadounidenses son tan grandes que pueden destruir numerosos objetivos con una cantidad limitada de aparatos. Los misiles crucero que pueden ser lanzados desde el mar ya son armas tecnológicas que no exigen una intervención en masa para lograr la destrucción deseada, ni siquiera a gran escala. El gran número de planes y niveles de intervención podría quizás plantear problemas de coordinación, de mando y de control, pero no sería nada del otro mundo. Estados Unidos e Israel colaboran entre sí desde hace más de medio siglo, y los problemas de seudo autorizaciones de terceros países para el sobrevuelo o el tránsito [terrestre] de tropas ya no existen, ya sea por la existencia de acuerdos políticos firmados con los países interesados o por la predisposición de ambas potencias a ignorar las objeciones.

Queda la grave e importante incógnita de la post-urgencia. La incógnita sobre el futuro de un Estado de origen y mentalidad imperiales que se ve degradado al papel de Estado renegado en bancarrota y, de aspirante al papel de potencia regional, al de hueco negro político y estratégico. Se mantiene también la incógnita sobre la reacción, no tanto sobre la derrota o el redimensionamiento de las aspiraciones como en cuanto a la humillación. No se puede excluir en lo absoluto que lo que se quiere evitar a cualquier precio, o sea la nuclearización de Irán, aún por demostrar y por realizar, se vea de hecho favorecida por la intervención de potencias extranjeras, precisamente por causa de la humillación.

General Fabio Mini
Ex agregado militar italiano en Pekín, (1993-96), director de la Academia militar italiana (1996-98), y más tarde comandante en jefe de la KFOR (2002-03).

El oro de las Torres Gemelas

Juana Carrasco Martín, Juventud Rebelde (17-10-2007)

¿Hubo o no oro perdido y encontrado cuando se derrumbaron los edificios del World Trade Center de Nueva York? La pregunta sale a la palestra seis años después, cuando un reporte del Chicago Tribune, hizo referencia a una de las verdades expuestas por el Presidente cubano Fidel Castro en la Reflexión titulada El imperio y la mentira.

Fidel dice: «Hoy se cumplen seis largos años de aquel doloroso episodio. En la actualidad se conoce que hubo desinformación deliberada. No recuerdo haber oído hablar ese día de que en los sótanos de esas torres, en cuyos pisos superiores radicaban bancos de multinacionales junto a otras oficinas, había depositadas alrededor de 200 toneladas de barras de oro. La orden era disparar a muerte contra todo el que intentara penetrar hasta el oro...».

El diario de Chicago, en su edición del 23 de septiembre pasado, dijo que la columna escrita por Fidel «había levantado preocupación en la comunidad internacional sobre su lucidez», y se explicaba la publicación con este párrafo: «En esa columna, Castro avanza la teoría extremista de que una conspiración de EE.UU. está ocultando la verdad detrás de los ataques del 11 de septiembre, incluyendo la presencia de barras de oro en el sótano del World Trade Center».

Advertidos de la intriga, desempolvamos archivos, más fácilmente en esta era del ciberespacio, y una parte de la historia sale a flote, aunque nos deje todavía sin responder la más crucial de las interrogantes: ¿A quiénes y a qué intereses representaban los que derribaron las Torres Gemelas de Nueva York?
El oro se abre paso

Secretos, armas, drogas, plata y oro fueron tesoros sepultados bajo toneladas de escombros, polvo y vigas de acero retorcidas el 11 de septiembre de 2001... Por tanto, no solo hubo equipos para el rescate de cuerpos entre las ruinas de los 15 millones de pies cúbicos de espacio de oficinas obliteradas y las decenas de miles de metros de cable de telecomunicaciones o los miles de computadoras derretidas en el complejo de edificios del World Trade Center. Desde el primer momento se fue a la búsqueda de los tesoros, un hecho de muy poca repercusión en la prensa, dedicada por entero a llorar justamente a los muertos, y a servir de caja de resonancia a la turbia guerra que lanzó desde entonces George W. Bush contra el terrorismo.

Sin embargo, en su última edición del sábado 15 de septiembre de 2001, The New York Times publicaba un extenso reportaje, firmado por Jonathan Fuerbringer, bajo el título Luego de los ataques: los bienes.

El diario neoyorquino revelaba la cantidad de oro y plata enterrados bajo el World Trade Center 4, su valor en el mercado: más de 230 millones de dólares; y que pertenecía «a personas o firmas que están comerciando contratos futuros en la bolsa de Intercambio Mercantil de Nueva York (Nymex)...».

Nymex no podía darse el lujo de parar sus negocios habituales en el World Financial Center —vecino de las Torres derrumbadas—, así que trabajaba temporalmente en otra sede del centro de Manhattan y usaba un sistema de computadoras puesto a punto en la vecina New Jersey. En animada actividad podía mostrar que ese día se habían hecho 69 790 contratos por oro, plata, petróleo y muchos otros bienes, que cambiaban una y otra vez de manos, pero estaban en esos depósitos.

Millones de personas en Estados Unidos podían estar aterrorizadas o llorar a sus seres queridos, pero el capital se engrasaba con esa sangre y sufrimiento: el precio del oro saltaba siete por ciento (de 272.30 el lunes a 290.90 la onza, lo que elevaba en siete millones de dólares el valor de los metales sepultados desde el martes fatal en los sótanos del WTC.

La onza de plata, revelaba The New York Times, ganaba 14 centavos (cotizándose a 4.33), mientras que el barril de petróleo subía 1.89 y alcanzaba el precio de 29.74, cifra que hoy en día parece irrisoria, pero reveladora de que mientras más muertos pavimenten ese mercado más alto se cotiza: las guerras de Bush en Iraq y Afganistán, y sus constantes amenazas a otras naciones por el tema energético han llevado a más de 84 dólares el barril del crudo en los días en que se cumplían seis años de la fatídica fecha.

Los hombres del oro y la plata se dedicaron tempranamente a tranquilizar a los inversores, a pesar de las toneladas sepultadas de esos metales. Por ejemplo, James Newsome, presidente de la Comisión de Comercio de Bienes Futuros (Commodity Futures Trading Commission), había dicho en una entrevista: «Porque el metal está seguro y hay un amplio abastecimiento, esto no nos concierne». No había que preocuparse por el oro del WTC. Philip Klapwijk, director ejecutivo de Gold Fields Mineral Services, una importante firma en metales preciosos, lo ratificaba al decir que las 12 toneladas enterradas en el WTC era solo el 0,3 por ciento del oro mundial del año 2000. «Hay oro en abundancia en Londres y Suiza», afirmaba.

Parecían estar demasiado seguros sobre las barras de 100 onzas (3,1 kilogramos) con el número de serie estampado como identificación por la entidad de intercambio, aunque estuvieran bajo toneladas de escombros.
FBI al rescate

Había en esos momentos dos depósitos para el oro y la plata aprobados por Comex (Commoditties Exchange), que regentea el mercado de los metales. Sometidos a una seguridad extrema, que incluía ocultar su existencia, el atentado del 11 de septiembre dio a conocer que el ScotiaMocotta, propiedad del Scotia Bank de Toronto, tenía en sus bóvedas del World Trade Center 4 una parte de ese oro.

Cuando entraba el mes de octubre y ya se habían iniciado las labores de demoler las ruinas en pie, en especial los World Trade Center 4 y 5, que habían sucumbido bajo el peso de las Torres Gemelas (WTC 1 y 2), el New York Daily News y la revista Fortune, así como diarios importantes de otras partes del mundo, entre estos los británicos The Times y The Mirror; los distantes New Zealand Herald, The Australian y The Stateman de la India; los canadienses Globe and Mail y The Gazette, hablaban del plan de Wall Street para la recuperación tras la catástrofe y, sobre todo, del rescate del oro...

Una noticia los ponía eufóricos y era publicada el 1ro. de noviembre: unos 375 millones de dólares en barras de oro y plata habían sido encontradas y reubicadas. La información la daba el Bank of Nova Scotia, custodio de los metales preciosos, porque anunciaba que se estaban moviendo los contenidos de las bóvedas del ScotiaMocatta a otro lugar —secreto por supuesto, por razones de seguridad— pues el edificio debía ser demolido.

«El oro está en prístinas condiciones», decía Pam Agnew, la vocera del Scotiabank, y no hay que dudar de la sonrisa en su rostro.

No se mencionaban las barras de plata ni otros metales preciosos, joyas o inversiones que podían haberse recuperado de la zona de desastre; pero se conocía también entonces que los ocho empleados de la cámara acorazada que guardaban el oro y la plata habían escapado ilesos de los sucesos del 11 de septiembre. Todo estaba a salvo.

El New York Daily News había reportado la víspera que equipos de emergencia encontraron el oro en el bajo Manhattan y habían llenado al menos dos camiones blindados de la compañía Brink’s Inc.

A las noticias felices se sumaba el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien confirmaba la presencia de los camiones de transporte de bienes y que «la mayoría» del oro había sido hallado. Un pequeño grupo de agentes federales fuertemente armados montaron guardia, mientras policías y bomberos cargaban los vehículos blindados.
Otros ladrones

El diario The Mirror habló incluso de que ladrones habían intentado robar oro y plata por 264 millones de dólares en las ruinas cuando se hicieron pasar por rescatadores, pues los guardias armados que cumplieron la orden de remover el tesoro del Bank of Nova Scotia, encontraron marcas de que habían entrado intrusos a los sótanos.

Se habló entonces de la desaparición de acciones y bonos certificados de otro depósito contiguo, pero fueron recuperados semanas después.

El New Zealand Herald hizo referencia el 6 de octubre de 2001 a otros secretos: documentos, armas y otras evidencias guardadas por la CIA, el Servicio Secreto de Estados Unidos, y el Buró de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, agencias que también tenían oficinas en las torres destruidas, por lo que en algún lugar de los escombros estarían contenedores con armas, heroína, cocaína, éxtasis y otras drogas, evidencias de crímenes que no podrían ser ya procesados. Hasta por esa razón la CIA había pedido a agentes del FBI que rodearan el lugar poco después del colapso. El entierro incluyó, además, detallados planes de contingencia para la caravana presidencial en Nueva York, y archivos con los nombres de informantes sobre el crimen organizado y el terrorismo.

Todo el tiempo que duró el trabajo de los constructores y equipos de demolición en la eliminación de los escombros fueron estrechamente vigilados por los agentes del gobierno; sin embargo, ABC News reportó entonces la presencia de camiones y trabajadores de limpieza de firmas que tenían conexiones con la mafia, y que se habían robado muchas toneladas de chatarra, en lugar de llevarlas a los sitios establecidos para su inspección...

Pero volvamos al oro. En un sitio de Internet llamado America rebuilds: a year at Ground Zero, el tema del caudal dorado salió con fotos y detalles.

Se relata ahí que los trabajadores que limpiaban un túnel de servicio en uno de los edificios del WTC se encontraron de pronto rodeados por más de 100 agentes del FBI y personal del Servicio Secreto, pues Comex, la división de comercio de metales del Nymex, guardaba 3 800 barras de oro y 102 millones de onzas de plata en el Bank of Nova Scotia, y también tenía metales preciosos en el Chase Manhattan Bank, el Bank of New York, y en el Hong Kong Shanghai Banking.

En la mañana del mismo 11 de septiembre, el oro fue transportado a través de los sótanos del edificio, una rampa temporal fue construida para tener acceso al túnel y un pequeño buldózer fue utilizado para romper la pared. Entonces apareció un equipo de la policía y de los bomberos que pusieron el oro en un camión blindado. Ahí fue cuando a uno de los obreros le dijeron que si bajaba le dispararían.

Las autoridades protegían al capital, pues cuando ocho años antes el World Trade Center había sido blanco de otro ataque terrorista con explosivos, había en sus sótanos oro por más de mil millones de dólares propiedad del gobierno kuwaití, y en un primer momento la policía creyó que era un intento de robo de aquel tesoro.
Cuestión de lucidez

Ahí están los elementos sin nada de «extremismos», por eso la presunción del diario de Chicago mereció este comentario del profesor Nelson Valdés en Cuba-L Direct: «Esto solo muestra que: a) los reporteros no leen, b) los reporteros leen, pero no recuerdan, c) los reporteros leen y recuerdan, pero no nos lo dicen, d) los reporteros no saben cómo buscar en Lexis/Nexos, y e) los editores tampoco saben cómo investigar.

«Entonces, parece que Fidel Castro lee, recuerda lo que lee, nos lo dice, sabe cómo usar Lexis/Nexos y tiene editores que lo ayudan a ello. ¿Cuál lucidez debe ser cuestionada?»

El colofón de la historia

El 13 de octubre Chicago Tribune hizo un reconocimiento de su falta: «Un artículo del 22 de septiembre desde Cuba cuestionó la aseveración del Presidente cubano Fidel Castro de que barras de oro estaban enterradas bajo el World Trade Center en el momento de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. De hecho, oro y plata fueron enterrados bajo los edificios en ese momento. El Tribune lamenta los errores».

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Las enfermedades ‘inventadas'

El periodista Miguel Jara denuncia que la industria farmacéutica está intentando abrir nuevos mercados y ganar más dinero convirtiéndonos a todos en pacientes

La Fundación Internacional de la Osteoporosis (IOF), aprovechando que mañana se celebra el día mundial de esta enfermedad, ha dado a conocer una encuesta en la que destaca que el número de casos nuevos que se detectan al año es un 17% mayor en España que en otros países como Francia, Alemania o Canadá.

Según esta encuesta, hay 2,5 millones de españolas que padecen osteoporosis, una disminución de la masa ósea que pone a los huesos en peligro de fractura. Sin embargo, hay quien duda que pueda ser calificada como enfermedad.

Miguel Jara, periodista y escritor del libro Traficantes de Salud: Cómo nos venden medicamentos peligrosos y juegan con la enfermedad, considera que entra dentro de las llamadas "enfermedades inventadas", un término que "utilizan otros investigadores, farmacólogos y periodistas desde hace unos años".

Todos somos pacientes

El periodista pone en entredicho la praxis de la industria farmacéutica. "Intenta abrir nuevos mercados" y una de las estrategias que utiliza es "reinventar el concepto de enfermedad para convertirnos a todos en pacientes", explicó Jara.

Así, los laboratorios han conseguido hacer extensible el concepto de enfermedad a factores de riesgo, como el colesterol alto o la hipertensión, y a dolencias leves o propias de la naturaleza humana como la menopausia o incluso la tristeza que, dice Jara, "se trata sistemáticamente como depresión".

Y puntualiza: "No es que no existan personas enfermas, porque, obviamente, sí las hay y necesitan tratamiento, pero la industria tiende a exagerar para que vayamos a una consulta a preguntar si estamos enfermos". Después, añade, "siempre habrá un fármaco adecuado para tratarnos".

Pero Jara denuncia que existe "un fraude científico radical", ya que los laboratorios gastan más en promoción que en investigación propiamente dicha. "Les interesa buscar fármacos para las clases medias emergentes que los pueden pagar", por lo que la ciencia se pone al servicio de las ventas y no de las personas.

Corrupción farmacéutica

El periodista ha dedicado más de cinco años a la investigación de la situación de la industria farmacéutica, en los que asegura haberse topado con una "corrupción enorme". Otra de las estrategias que emplean los laboratorios para ingresar más, asegura Jara, es pagar a los médicos para que receten sus fármacos.

Ya no son sólo regalos y viajes, sino "sobres de dinero". Según cuenta, un ex visitador médico de una multinacional con sede en España le pasó unos documentos internos que demostraban que pagaban a los médicos "60 euros por cada diez recetas" extendidas.

Además, en estos documentos, explica el periodista, se establecía que cada uno de los 70 comerciales de la compañía tenía unos "14.000 euros al trimestre para conseguir que los médicos recetasen fármacos nuevos, más difíciles de recetar, y otros 6.000 para los que tienen ya un hueco en el mercado".

'Pequeña crisis' de la industria

Para Jara, el medicamento se ha convertido en "una mercancía, en un objeto de consumo", que hace que la industria que los desarrolla sea "la tercera más rentable del mundo, por detrás del tráfico de drogas y de armas."

Hasta hace unos años, cuenta el periodista, el beneficio neto que obtenía la industria farmacéutica era del 25%. Ahora, inmersa en una "pequeña crisis", sólo ingresa un 16-17% de beneficio neto, "una cifra que multiplica por cuatro la cifra de negocio de grandes multinacionales como Coca-Cola", que tiene un 3-4% de beneficio.

En un encuentro en el centro Medialab-Prado de Madrid, Miguel Jara ha reconocido que con estos datos no pretende "asustar a la gente, sino sacar a la luz una realidad muy oscura". Porque "la salud", recuerda, "es lo más importante".